Lo
que se cifra en el nombre K.
Por Luis
GUSMÁN
Kafkas. En
su nuevo libro de ensayo, editado por Edhasa, Luis Gusmán explora la figura del
autor de La metamorfosis a la luz de sus cartas, sus papeles, sus
sueños y obsesiones. En el capítulo que aquí anticipamos reflexiona sobre la
abreviatura que es sinónimo de su originalísima obra
Aunque
en el hotel he escrito claramente mi nombre, aunque también ellos lo han
escrito correctamente ya dos veces, en el registro de abajo ponen Josef K.
¿Debo aclarárselos yo, o debo dejar que me lo aclaren ellos?
El
epígrafe corresponde a una anotación del 27 de enero de 1922 en los Diarios de
Kafka, ocho años después de que escribiera su novela El proceso. Ese mismo
día, Kafka viajó con uno de sus médicos, el doctor Otto Hermann, a
Spindlermühle, un centro de vacaciones al pie del monte Schneekoppe en la
frontera polaca, y se hospedó en un hotel de esa localidad, en las
estribaciones de los Cárpatos. Las entradas en sus Diarios, desde esa
fecha, 27 de enero de 1922, hasta el 17 de febrero del mismo año, se supone que
fueron escritas en este lugar. Podemos decir que ese día, en ese hotel de los
Cárpatos, se alojó Josef K.
La
letra inicial tiene cierto lugar reservado al enigma. Es la inicial con que se
pretende resguardar el anonimato de una identidad. La inicial es casi
inseparable de la firma y del nombre propio. Contradiciendo lo indicado por
Gilles Deleuze y Félix Guattari, en su libro Kafka: una literatura menor,
cuando afirman que interrogarse quién es K. resultaría una pregunta inútil, me
dejé llevar por la inutilidad de esa pregunta.
Es
posible que Kafka, lector de Kierkegaard como lo muestran claramente sus Diarios,
haya tomado la inicial K. del filósofo, ya que éste la utiliza en 1835 en su Diario:
"Adquiero conciencia de que existo. K". Pero parece improbable, ya
que en Kierkegaard la inicial es señal de existencia y en Kafka de anonimato.
En Kierkegaard la letra K reaparece en los seudónimos, pero no olvidemos que el
apellido Kierkegaard remite a Kirke, palabra en danés que se traduce como
iglesia. Cuando el filósofo en su Diario se refiere a la letra K lo
hace en términos eclesiásticos: "Lógico desarrollo. Símbolo apostólico
romano". También en su Diario la letra T está asociada a la
forma de la cruz. Pero Kierkegaard era un autor cristiano y Kafka, un autor
judío, y esa letra K tendrá otra significación.
También
en el quinto de los Cuadernos en octavo aparece la inicial K. El
personaje es un prestidigitador muy cercano al protagonista de "Un artista
del hambre" y al de "Un artista del trapecio". El fragmento
recordado por Kafka es de cuando era apenas un muchacho: "K. era un gran
prestidigitador. Su programa era un poco monótono, pero siempre agradaba porque
sus proezas eran infalibles. Aunque ya han pasado veinte años y yo entonces era
muy pequeño, me acuerdo muy bien, desde luego, de la primera función suya a la
que asistí. Llegó a nuestra pequeña ciudad sin aviso y anunció la función para
aquella misma noche. Los únicos preparativos escénicos consistieron en dejar un
poco de espacio libre alrededor de una mesa en el salón comedor de nuestro
hotel? Yo no sabía por qué tanta gente tenía ganas de ver aquella función
obviamente precipitada. En cualquier caso, en mi recuerdo ese supuesto
abarrotamiento de la sala contribuye sin duda, como es lógico, a potenciar la
impresión que me llevé de la función".
La
inicial K y los artistas de circo, como se ve, vienen de lejos.
La
inicial K es usada por Kafka en su libro El proceso donde le da al
personaje el nombre de Josef K., paradigma de lo anónimo y víctima del poder
burocrático. Desde esa perspectiva -no va a ser la única-, J. K. es
intercambiable. Es por eso que un día dos hombres lo vienen a buscar y él
ignora de qué es acusado.
Kafka
no era un escritor improvisado en el momento en que utilizaba las iniciales
para sus personajes. En una anotación en sus Diarios del 11 de
febrero de 1913 y refiriéndose al nombre del personaje de su relato "La
condena", escribe: "Georg tiene el mismo número de letras que Franz.
En el apellido Bendemann, el ?mann' sólo es un reforzamiento de ?Bende',
anticipado con vistas a todas las posibilidades desconocidas de la historia.
Pero Bende tiene el mismo número de letras que Kafka, y la vocal e en
los mismos lugares que la vocal a en Kafka". Tal vez por eso,
nueve años después, en el hotel de los Cárpatos, Transilvania, el lugar de las
metamorfosis, no le extraña tanto que lo tomen por el señor Josef K.
Pero
¿quién es Josef K? Los biógrafos le otorgan a esa letra el soporte de una persona
real. Reiner Stach en su libro Kafka. Los años de las decisiones encuentra
un sosías: "El 29 de diciembre de 1899, un mediodía de viernes, un
jornalero en paro entró en el Instituto de Accidentes de Trabajo de Praga a
solicitar apoyo económico. Después de un breve examen de su caso, fue
rechazado. El peticionario empezó a insultar a voz en cuello a los
funcionarios, tiró algunas sillas por la estancia y, cuando debido al ruido
inusual entraron corriendo los celadores, sacó una navaja del bolsillo. Hubo
que llamar a un policía, y sólo entonces fue posible arrebatar el arma al
hombre, presa del frenesí. Fue entregado al Departamento de Seguridad de la
Dirección de Policía, donde se tomaron sus datos personales. El hombre se
llamaba Josef Kafka y procedía del pueblo de Rotor, en la Bohemia oriental.
Como aún no existían normas reguladoras para la prensa, la historia llegó a los
periódicos con plena mención del nombre. Hoy ese hombre se habría llamado Josef
K., un héroe de la sección local". Un hombre pierde su apellido al quedar
reducido a una inicial y sin embargo hace de esa letra una correa transmisora
de un estado de cosas.
La
primera aparición de Josef K. se da en una anotación en los Diarios del
29 de julio de 1914. Kafka empezaría a trabajar en la novela El proceso unas
semanas más tarde: "Josef K., hijo de un rico comerciante, tras tener una
fuerte discusión con su padre -el padre le había reprochado su vida disoluta y
exigido su cese inmediato-, fue una noche, sin un propósito determinado, sólo
por completa inseguridad y cansancio, a la Casa de los Comerciantes que se
alzaba en el puerto". Es decir: la primera aparición de Josef K. en el
diario es como hijo.
En la
obra de Kafka, los críticos han encontrado un surtidor de interpretaciones,
desde el sentido literal al figurado. Los personajes de sus novelas - El proceso, El
castillo - identifican el apellido con la letra K, y el nombre, como Josef
o Joshep. En la segunda de estas novelas, en principio sólo aparece la inicial
K del apellido del agrimensor. Si el lector recorre la topografía del castillo
junto con el personaje podrá observar que cuando a K. le preguntan ¿quién es?,
él responde por su oficio: el agrimensor.
En El
castillo los nombres son intercambiables. Cuando se presentan los dos
ayudantes del agrimensor, que son iguales, el agrimensor K. se pregunta cómo
diferenciarlos y llega a la conclusión de que sólo podrá distinguirlos por sus
nombres. Esta semejanza parte del agrimensor, ya que los demás habitantes de la
aldea los distinguen (Jeremías y Arturo). El agrimensor decide llamarlos por un
solo nombre: Arthur: "Repartíos el trabajo como os convenga, eso me es
indiferente, todo lo que os pido es que no os echéis la culpa uno al otro, para
mí sois sólo uno". Ese uno es intercambiable.
Éste es
un fragmento muy particular de la novela porque está referido a la identidad;
allí nos encontramos con las mismas iniciales de El proceso. Se trata del
capítulo en el que aparece el nombre que faltaba, sólo que desdoblado. El
agrimensor K. se hace pasar por uno de sus ayudantes y cuando un interlocutor
del castillo le pregunta su nombre, éste le responde: Josef. Desde el castillo,
el interlocutor pregunta ¿Josef? Este malentendido transforma la pregunta del
agrimensor en un grito: "¿Quién soy pues?".
Para
Marthe Robert la K kafkiana es una inicial que simboliza el anonimato:
"una inicial simbólica, una K que hace las veces de X, de la que no se
sabe si es el principio de un nombre normal, aunque clandestino, o el último
vestigio de un nombre extinto, imposible de reconstituir". Es que en el
pasaje de El proceso a El castillo ha habido una abolición
de la identidad: "finalmente sólo deja subsistir al hombre reducido a una
simple expresión, al hombre verdaderamente sin atributos en quien ya no
sobrevive sino el último núcleo de lo humano".
En
los tiempos de Kafka, la abolición de la identidad del judío ¿es la
prefiguración de la posterior eliminación del cuerpo del judío? La
interpretación de Marthe Robert descentra y desagrega la letra K del apellido
del escritor: "Kafka da la clave del apellido truncado cuya fatalidad
sufre K y todos sus avatares; pues si en sus novelas sólo habla de sí y de su
imposibilidad de vivir, el apellido que falta sólo puede ser el suyo y, como él
es judío, es su nombre propio, su nombre de judío el que condena así a
permanecer en la clandestinidad".
Podemos
decir que la inicial K, más que remitir a una condena de clandestinidad, es la
estela de un apellido judío; así como la modificación o la sustracción de una
letra pueden ser el signo de una asimilación, o cumplir la función de camuflar
un apellido fácilmente identificable y por lo tanto peligroso. Estos
procedimientos lingüísticos nombrarían distintos lugares donde la identidad se
refugia ante la amenaza de la extinción del judío como nombre propio.
Pero
habría que examinar si la letra K, en el caso de Kafka, es el nombre de su
condición judía. La interpretación que el novelista Imre Kertész brinda en un
largo reportaje en el que testimonia su experiencia en los campos de
concentración en Auschwitz y Buchenwald es un principio de respuesta. El mismo
Kertész, en su libro Diario de galera, esgrime este argumento: "Si
admitiera ser judío podría acceder al castillo, no entre los otros pero
accedería como judío, entraría sin la menor duda, aunque sólo fuera con la estrella
amarilla sobre el pecho". Kertész se refiere después al final que estaba previsto para
la novela: "Precisamente la autorización para instalarse sería la manera
de excluir a K. como judío, aceptándolo. En tal caso, es el castillo el que
califica a K. como judío". En la letra K retorna una huella de la
condición humana, dada por el nombre, y marca el momento histórico en el cual
algo de esta condición se perdió.
En su
libro, Gilles Deleuze se formula la pregunta que consideraba inútil:
"¿Quién es K? ¿Es el mismo en las tres novelas? ¿Es diferente de sí mismo
en las tres novelas? A lo sumo, se podría decir que Kafka en sus cartas usa
totalmente el doble o la apariencia de los dos sujetos del enunciado y la
enunciación".
Pero
no sólo existen los dobles de K. en la narrativa kafkiana sino en otra
literatura. Las iniciales del personaje las reencontramos en una novela de
Graham Greene, Una pistola en venta, en la que un sicario, después de
haber asesinado a un político pacifista cuya identidad desconocía, encuentra
grabadas en un objeto personal del muerto -un cepillo- las iniciales J. K. Sin
duda, es una interpretación del asesinato del personaje de Kafka en El
proceso porque se trata de un inocente. En la descripción de la escena del
crimen nos encontramos con otro dato entre enigmático y confirmatorio:
"Abrió la puerta del dormitorio; sus ojos fotografiaron de nuevo la
escena, con la cama de soltero, la silla de madera, el polvoriento bureau,
la fotografía de un joven judío con una cicatriz en la barbilla como de haber
sido golpeado con una vara, un par de cepillos para el pelo con las iniciales
J. K, y cenizas de cigarrillo por todas partes". El proceso siempre
se continúa con una pistola en venta.
George
Steiner, siguiendo la indicación kafkiana, afirma que esa inicial pertenece al
propio Kafka: "En el alfabeto del sentimiento y la percepción humana, esa
letra pertenece ahora invariablemente a un solo hombre".
Es
cierto el ahora que aclara Steiner en Lenguaje y silencio, éstos
son los efectos de la letra K cuando Kafka es ya un nombre de autor: "como
atestiguan niños y poetas, las letras individuales y las unidades de sonidos
pueden cobrar valores y asociaciones simbólicas particulares. Cuando se es un
ciudadano de la República cultural en el Occidente de mediados del siglo XX, la
mayúscula K es casi un ideograma que invoca la presencia de Kafka o la de sus
dobles".
Hay
que advertir que Steiner habla de la mitad del siglo XX, pero que en pleno
Imperio austrohúngaro y en medio de la cuestión judía la letra K no
representaba a un ciudadano de Occidente, sino a casi todo lo contrario. Si
Steiner se refiere a cómo estas iniciales se han trasmitido como ideograma es
necesario buscar en otra parte. Es la diferencia entre la letra K de Kafka y el
kakalandia de Musil. Un solo hombre remite a la condición judía y no
necesariamente al aislamiento sino, como señala Kertész, un solo hombre es un
judío, y no solamente porque cualquier judío en ese sentido estuviera solo,
sino porque se trataba del exterminio de uno por uno, aunque los exterminios
fueran masivos.
Franz
Kafka es confundido con Josef K. En la película de Joseph Losey - El otro
señor Klein -, un señor aristocrático llamado Klein es confundido con otro
señor Klein, hasta que finalmente -a pesar de haber demostrado que entre sus
antepasados no había raíces judías- es remitido a un campo de concentración. No
olvidemos que los pasaportes de los judíos que eran enviados a los campos los
sellaban con una K de Konzentration. El retorno de la inicial da un paso
más, a lo que se agrega que, en este caso, el apellido Klein otorga la
significación de poca cosa o cosita. Porque en ese universo no hay doble de
Klein, sino que cada judío es el señor Klein; o, si se admite un mundo de
dobles, en el régimen nazi todos los judíos eran Klein. Esta abolición de la
identidad implicaba un sistema en el que un judío era intercambiable por
cualquier otro judío -el grado más humillante de la condición humana- y era el
fundamento mismo de la segregación.
En la Carta
al padre, para ejemplificar acerca de un estado de humillación y de vergüenza,
Kafka hace una referencia indirecta a J. K. No lo nombra directamente sino que
dice: "escribí una vez certeramente acerca de alguien: ?Teme que la
vergüenza le sobreviva'". [...].
En
esa partida eterna que juega con el padre, un día tiene la posibilidad de jugar
a las cartas con él y entonces se invierte la carga de la prueba (el padre
tiene miedo del hijo), y Kafka dice: "Mi madre y mi hermana en Berlín.
Está noche estaré solo con mi padre. Creo que tiene miedo de subir a casa.
¿Jugaré a las cartas (Karten) con él?". Y agrega: "Encuentro ofensiva
la letra K, me repugna casi, y sin embargo la sigo utilizando, pues debe ser
una característica mía".
Se
lee en una anotación de los Diarios de Kafka: "La forma cómo
Joine Kisch apagó las velas". Sin embargo, la oscuridad no alcanza a
disimular la vergüenza. Aunque J. K. fue ejecutado como un perro, valió la pena
porque la vergüenza debería sobrevivirlo. A veces, en determinados lapsos
históricos, la filología suele orientarnos en la función que tienen ciertas
letras para indicar cómo en un estado de lengua totalitario hay cadenas flotantes
por las cuales pueden deslizarse los efectos de segregación de una época. Las
iniciales J. K. son las letras en las que retorna un resto de vergüenza que
siempre es propia, de cada uno, aun cuando se disculpe en el tópico: vergüenza
ajena.
El
epígrafe de Steiner habla de la soledad del escritor. Kafka parece coincidir en
esa relación con el oficio: "y por eso, temblando de miedo ante cualquier
perturbación, me mantengo abrazado al escribir, y no sólo al escribir sino
también a la soledad correspondiente".
A
veces, es necesario morirse de vergüenza. Este acontecimiento sucede muy rara
vez. A J. K. le sucedió.
Articulo:
http://www.lanacion.com.ar 22/08/2014